lunes, 17 de julio de 2017

Antonio Ureta Espinoza

Entrevista de Ramiro Sánchez Navarro
Antonio Ureta Espinoza (Concepción, Junín, Perú) es graduado en Literatura en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima. Se inicia en el campo literario con un libro de cuentos breves, de lograda factura: Cuentos del viento, publicado por Lluvia Editores en 1991, con dibujos del pintor Josué Sánchez y comentario de Pedro Escribano. Hipocampo Eds. lo reedita en el 2008 con viñetas de Edmer Montes. Antes, en 1986, había participado con el taller de Testimonio Oral de la UNMSM en la recopilación de historias, entrevistando a pobladores de distintos barrios de Lima, de la cual se publicará  en forma colectiva el libro Habla la ciudad. Poco después, hará recopilación en las comunidades de Huancayo, Concepción, Mito, Orcotuna y Tarma, por encargo de la FAO, para el proyecto de bibliotecas campesinas, trabajo publicado en Cuentos del malki. En el 2001, sale a luz su novela ambientada en La Paz, Bolivia: Después del amor y la lluvia; luego, el libro de narraciones orales de la sierra central Asamblea de gatos. Su reciente y bien recibido libro de cuentos es Venadita de Lircay, Hipocampo Editores, 2016.
En esta entrevista, Antonio nos habla de su trayectoria literaria, de su experiencia como editor, recopilador de nuestra tradición oral, además de otras interesantes revelaciones.
RAMIRO.- ¿Podrías decirme, Antonio, cómo nace tu vocación literaria? ¿Es influencia familiar, de tu medio o de la universidad donde estudiaste literatura?
ANTONIO.- En el camino de la vida vas encontrando los oficios que te acompañarán, para bien o para mal, toda la vida. En el medio familiar, en las noches, luego de las labores de la tierra y el hogar, visitaban a mi madre las tías para el chacchado de la coca y a echarle el ojo a cualquier señal adivinatoria de la bendita hoja, mensajes sugeridos por la luna, el viento, los animales, etc; luego pasaban a contarse historias diversas, así llegaban los cuentos, conocidos por todos, pero que en la repetición y en la forma de contarlos, además, ojo, en el comentario de sus bondades morales, en la moraleja, se completaba el goce y el sentido de la conversa. Todo ello llegaba a los oídos de los menores, ocultos en la oscuridad de la habitación y bien despiertos, aprendiéndonos todo el repertorio oral de las tías parlanchinas. En cambio, mi padre era hermético, un hombre austero con la palabra, dado a las órdenes enérgicas y mandados sin demora ni murmuraciones. Pero, hubo ocasiones de espiarle sus confidencias, especialmente amatorias, y descubrir en él la chispa, el aderezo verbal cuando se quedaba con la visita de mayores, con los amigos; era, en realidad, un  tremendo pícaro en las artes de la conquista del corazón. Respecto de mi carácter, los amigos de infancia me dicen que yo era un tipo tranquilo. Y yo digo, tranquilo..., quizás estaba observando todo lo que sucedía a mí alrededor; esto me retraería, seguramente, de muchas cosas. Hasta ahora, más será lo que veo y escucho; por ejemplo, hace poco descubrí, poniendo atención en ese acabado estilo para la gimnasia y gracia especial en las maromas de los gatos, que éstos, si no son ateos, por lo nenos no creen en el espíritu santo.
RAMIRO.- ¿Cómo así? ¡Explícate!
ANTONIO.- Bueno, en mi azotea a diario encontraba abundante pluma. Siempre hemos tenido gatos. Cuando me levanto, con el primer ser que interactúo es con mi gato. También tengo un pequeño jardín. Ahí veo cómo trepan a los árboles sigilosamente los gatos. La intriga era por qué tantas plumas allá arriba. Era que los gatos la habían convertido en una avícola. Bajaban de los árboles con su presa y la desplumaban sin sentimiento en la azotea. Los gatos se comen hasta el espíritu santo, dije. Para mi que en otras partes se comieron la paloma de la paz, como sugiere León Felipe en un poema.
RAMIRO.-Ja, ja. Eres gracioso. Esto también se refleja en tu escritura. Pero, volviendo a la pregunta, ¿sólo el medio familiar determinó que fueses narrador?
ANTONIO.- Claro que no. Todo este sabor y maña de contar los sucesos de la vida, años después, lo volví a encontrar en mis primeras lecturas de colegio, y ya como parte de la formación literaria, en la universidad. Y bueno, de cachimbos recuerdo que ya tenía unas historias con fuerte dependencia de la tradición oral, y se las mostraba, con esa timidez de estar cometiendo un delito, a  mis amigos Gonzalo Espino Relucé, Jorge Luis Roncal, o a Esteban Quiroz. Con ellos -en un principio también estuvieron Marcela Garay, Maritza Espinoza y el poeta Jaime Urco-,  formamos el ambicioso Taller de arte y literatura "19 de Julio" en los años de la eclosión de las revistas tiradas a mimeógrafo y papel bulki. Nuestra publicación se llamaba Arcilla. Bonito nombre, ¿no?
RAMIRO.- ¿A tu juicio, qué autores crees que han tenido algún tipo de influencia en tu formación como literato y básicamente como creador literario?
ANTONIO.- Recuerdo con veneración a mi profesor de Castellano, en el José Gálvez Barrenechea, de La Oroya, Villasante, norteño, de vestir sobrio y una dicción impecable. Tenía un parecido, por el cuidado en la tela y la labia, y por los consejos que nos daba, a mi hermano mayor, Pedro, que en paz descanse. Como él, se preocupaba por la calidad de las palabras, por cómo y qué conversar con la amiga de barrio o de colegio; el aspecto personal. Así, adueñándose de nuestra admiración y aceptación, su magisterio se hacía atractivo. Nos leía, recuerdo, con lograda interpretación emocional, poemas de Neruda, Rubén Darío o Bécquer. Y ya en el campo de la prosa, nos hizo leer Corazón, de Edmundo de Amicis. Creo que fue este gran escritor italiano que activó para siempre, en mí, el placer de escribir sobre la vida cotidiana, en este caso, con personajes del colegio, pues al siguiente año, ya en el 9 de Julio, en Concepción, yo me paso escribiendo mi diario a la manera de Corazón, donde los protagonistas deben ser el flaco y buen tipo, el escolta Sarmiento; Gamarra Estrella El Pachas y su trombón; Elías Rojas Vargas El Cuchicanca, entregado a la acuarela, a la lectura de El Profeta y a los suspiros por Elba; el malgeniado, loco y capo de los números, Jorge Espinoza; el recio Llantoy y su yunta Valentín, el muy correcto Ricardo Vargas y el otro Ricardo, Maldonado, que junto con Jaimito Orihuela y otros, venía de Matahuasi en una larga fila de muchachos en bicicleta, etc; seguramente yo anotaba también a profesores como el sabio y austero profe de religión, a quien apodábamos Clavillazo, de una delicada y discreta presencia; El pájaro loco Poma, muy campechano te  paraba en seco cualquier actitud faltosa, para motivarnos luego con sus muy  buenas clases de literatura; el gigante Napo; el profe de educación física Nasho; en fin. La personalidad de cada uno, las palomilladas y, claro, la permanente bohemia en el cuarto de Castillo Huertas, El Huachwua, buen guitarrista él, reunión de estudios y bebida que terminaba con serenata a alguna muchacha de las Heroínas Toledo, como la Pata Llerena, Gina o Elba. Este diario, lamentablemente, lo tengo por perdido. Otro autor que me guió a ciegas al amor de las letras fue Neruda. Cuando caí enfermo, me refugié en su poesía; en su relato testimonial Confieso que he vivido vi una manera de referir, con sentimiento y magia verbal, aspectos íntimos de su vida, su pueblo, el nebuloso y frígido sur de Chile, su familia obrera, como la mía, sus amigos y andares literarios y su compromiso social. En ese mismo período, de reposo, aislamiento y de torturantes banderillazos de penicilina, cayó en mis manos Así se templó el acero de Nicolai Obstrovski. Esto, en mis comienzos, antes de entrar a San Marcos. Luego habrán libros y escritores, cada cual con sus esencias propias, que me nutrieron y formaron. En la técnica: Borges, Cortázar, Quiroga, pero hubo un buen tiempo, en mí, un regusto especial por Jorge Amado y sus personajes bahíanos como Quincas Berro Dagua, Vadinho o memorables mujeres como Flor, Tieta do Agreste o Gabriela, de enjundia marginal y trasgresora, ellas. Y de nuestras letras, sin duda, Arguedas y su evangelio andino, Vargas Vicuña y su intimismo casi lacónico. En la vena oral, soy rendido admirador de Monólogo desde las tinieblas de Antonio Gálvez Ronceros, El violín de Ishua de José Gushiken y Cuentos del tío Lino de Andrés Zevallos. La magia y las peripecias de la oralidad, presentes en estos bellos libros, me impactaron a tal punto que, hasta ahora, cuestionan o tensan la pertinencia de mi propia escritura. Añadiré a J. R. Ribeyro como otro modelo de aparente simpleza y casi linealidad en la forma de escribir; Mark Twain con sus héroes formativos en edad temprana y los rusos, especialmente Chejov, en su hondura humana. Para terminar, y ser completamente sincero, debo hacer una especial mención a Cronwell Jara, que de pasadita o mientras esperábamos entrar a clases, me daba algunos buenos consejos de escritura en el patio de letras, con la advertencia que no lo diga a nadie. Cómo no decirlo ahora. Él me recomendó a Jorge Amado.
RAMIRO.-Tengo entendido que has realizado trabajos de recopilación de oralidades, ¿a propósito, qué importancia tiene para ti el rescate del mundo de las oralidades? ¿Tus relatos Cuentos del Viento son oralidades o recreaciones de oralidades?
ANTONIO.- El lenguaje oral contiene una magia especial. Es la vida misma hecha de palabras, es la primera, la más íntima e inmediata recreación de nuestros sucesos traídos al presente, no importa en qué tiempo se dio. Sí, hice con los compañeros sanmarquinos recopilación en las comunidades de la sierra central y también en los barrios de Lima. El lenguaje campesino y urbano, con sus variedades regionales o de clase, no solo me es algo familiar, me fascina. La oralidad tiene una trascendencia clave para nuestra cultura y la formación de nuestra identidad. Es en el campo de la oralidad que Arguedas y otros intelectuales abrieron el camino para el conocimiento de otras manifestaciones del pensamiento andino. Los proyectos de estudios lingüísticos asentados en la selva permiten acercarnos, valorar e incorporar como parte de nuestro ser nacional a los pueblos amazónicos con sus idiomas y cosmovisión y producción literaria oral. Sin un trabajo de campo recogiendo la oralidad de los habitantes del ande no tendríamos, gracias a Alejandro Ortiz Rescaniere, el épico y bello mito de Inkarri, clave para entender otras dimenciones de nuestra velada historia. Todo esto es escuela sanmarquina, con nuestros profesores que me señalaron algunas puertas, una de ellas es el valor estético y expresivo de la oralidad, por donde intento expresar esos pedacitos de vida que contiene Cuentos del viento. Y debo decirte, antes de conocer Monólogo desde las tinieblas y los otros audaces textos mencionados, quizás no me habría atrevido a dar un paso por la senda oral y escribir mi Cuentos del viento, que en realidad es "ficción de oralidad", concepto que maneja Gonzalo Espino, estudioso de la literatura oral. Lo que hice fue contar vivencias recreando el habla (de la región central) del sujeto literario. Cuentos del viento, por la brevedad de las historias, por lo juguetón y viajero como es el viento, su talante de migrante, pues el viento, como nadie, trasciende geografías.
RAMIRO.- ¿Qué significa para  ti escribir? ¿Una suerte de catarsis o de compromiso con el pueblo? ¿Tu producción literaria es una literatura de compromiso o una suerte de  arte por el arte?
ANTONIO.- No, no me he puesto a hacer o no he podido hacer teoría o filosofía de mi escritura. Cuánto quisiera que sea todo eso y más. Vivimos en un mundo regido por abismos de desigualdades e injusticias. Y un orden absolutamente arbitrario que nos conduce a una catástrofe como especie. Soy consciente de eso. Vivo en el lado vulnerable de ese orden. Yo, mi familia y miles de los míos sufrimos estas cadenas invisibles. Me subleva tremendo desbarajuste. Hay pensadores que llenan páginas brillantes de cómo escribir y para qué. De muchacho, claro que echaba leña a favor o en contra de uno u otro parecer. Creo que los deseos, de cómo y para qué escribir, al final de cuentas, tienen que estar en correspondencia con la realidad íntima de recuerdos, juicios, gustos, es decir, con la alforja llena de "material" para escribir. Tu capacidad para responder todos los retos que te plantea este mundo. Estos, claro, incentivan temas, historias, personajes. Sufro, me conmuevo recreando de alguna manera esta vida nada feliz y gozo, también, las pequeñas revanchas a las que tienen derecho las víctimas de los malos de la película, sus sueños y pequeñas hazañas... En ese sentido, escribir para mí es una necesidad de "hacer realidad", dar vida, a ciertas imágenes, pequeños relatos, posibles argumentos,  que se han ido tejiendo en mi memoria, pues ésta es, en el escritor, como la araña que va atrapando en sus redes palabras, perfiles, caminos, etc, y piden ser escritas; necesidad placentera por su pronta realización, pero también algo jodida, cuando no redondea o porque luego de un punto final, muchas veces me he sentido golpeado y hecho trizas por la carga del recuerdo o el rumbo que agarró la historia. No sé si eso llegará a ser catarsis. Algo masoquista ¿no? Pero tampoco, porque no te lo propones. Simplemente me siento a escribir, con algo concebido mentalmente, o ya escrito, en borrador, pero sin tanta "concepción teórica". Y lo del arte por el arte, imposible, no existe, simplemente; así uno quisiera hacerlo bajo ese modo de pensar, el producto es cultural, para la comunidad, aunque ésta sea solo de amigos. Haces un lindo dibujo, un cuadro, se lo muestras a tu mamá, ¿no? y a tu galerista. Lógico. Ja, ja.
RAMIRO.- Tú has tenido también una experiencia como editor. Me consta que por la década de 90 dirigías la editorial Grano de Arena, ¿qué pasó, sigues adelante con ella o ya la abandonaste? ¿Qué satisfacciones o decepciones te ha deparado ser editor?
ANTONIO.- Con Luis Monroe decidimos publicar, él su poesía y yo mis cuentos, en unas plaquetas. Luego continuamos con números dedicados a Mario Suárez, Cronwell Jara, Rocío Silva y otros. Monroe ya tenía pensado el nombre de la editorial de renombre cristiano, solidario, pues estaba influenciado por el evangelio de filiación protestante; a las hojas le pusimos algo simple, contundente, Voces.  Llegamos a 12. Imprimíamos poesía y cuento breve. También reeditamos, en la colección Cadernillos de poesía, a algunos poetas clásicos como Valdelomar, Rose;  de América al gran Ernesto Cardenal; a Safo, la poeta griega. Lo raro, lo bonito, era que lo hacíamos en tipografía, copiándonos la experiencia de La rama florida de Sologuren. Una linda aventura editorial, nacida a raíz de una imperdible oportunidad: Lucho trabajaba en un hogar de niños huérfanos donde contaban con una pequeña imprenta. Luego, cuando Monroe se pelea con los mandamases de este Hogar, nos íbamos con nuestros machotes a una iglesia anglicana, dueña de una buena máquina y linda tipografía; las últimas ediciones la hicimos donde el amigo Miranda, en Faucett, una imprenta donde antes era ITALPerú. Hacíamos concurridas presentaciones, veladas literarias. Nuestra entusiasta difusora era Raquelita Contreras y amigas. Decepción, ninguna. Al contrario, inolvidable. Marco Martos, nuestro querido maestro y poeta, nos confió la reedición de Casa nuestra; la tiramos a tipografía. Un lujo. Una chambita de anticuarios a pesar que ya empujaba con fuerza insolente, e imparable, las ediciones computarizadas. Dejamos de publicar  porque, al terminar la carrera, nos alejamos de nuestro medio natural, San Marcos. Y porque, a mí, me ganó la calle, la venta de libros en Quilca, los caminos, los viajes, hasta ahora.
RAMIRO.- ¿Tu novela Después del amor y de la lluvia, ambientada en Bolivia, qué se propone o mejor dicho qué te propusiste con ella? ¿Cuáles son sus constantes temáticas.
ANTONIO.- Fue un impulso poderoso que me tuvo escribiendo a partir de un pequeño diario del viaje a La Paz. Quise describir una ruptura que experimenté llegado nomás a las calles paceñas recién barridas por una lluvia, la gente, el clima, el ambiente cultural.  Varias rupturas, en realidad. Vivíamos los deprimentes días del fujimorismo. Mal momento para las creencias idelógicas. Se terminaba la vida universitaria, los amigos se dispersan cada quien por una ruta personal. Todo eso se traduce en el registro íntimo de los personajes, dados al goce, cierto diletantismo culturalista, bohemio, y extravíos sentimentales, una breve, intensa y trágica historia de amor con el telón de fondo de las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana (Jalla).
RAMIRO.- ¿Tus libros de relatos Asamblea de gatos  y Venadita de Lircay, hacia dónde apuntan? ¿Tu podrías decir que ambas obras representan la literatura de tu región, del departamento de Junin y de toda la región Centro del Perú.
ANTONIO.- Asamblea de gatos es recopilación de relatos orales realizados en algunos pueblos del Centro. Es de temática variada, como por ejemplo el mito de origen del agua en Waricolca, o la presencia de Wiracocha por los sembríos del valle del Mantaro, mito conocido y recreado incesantemente por los narradores orales. No representa a toda la literatura oral de esta parte del Perú. Sólo es una muestra, fruto de mis andares por aquellos lugares.Venadita de Lircay,  ya es más difícil de calificar por mi parte, pues por ejemplo tienes unas historias referidas a la guerra interna de los 80-90, también hay relatos un poco de relieves histórico-míticos, o de perfiles éticomorales, rebeldía juvenil, algo de humor, angustia, en fin, sufrimiento personal y también colectivo. Creo que, si puedo ayudar a definir, son relatos con fuerte tinte andino, y no podía ser de otra naturaleza, que así vivo, recuerdo y siento. No sé si representan lo que afirmas. No es mi anhelo representar algo como una gran geografía, pues quizás se confunda con suplantar, lo que hacen los políticos, y al final, defraudan. No me pongas en el trance de hacer esto, sería triste, para mi, que alguien salga, me eche en cara este despropósito, me diga, tú no representas a Junín. Mi intención, al escribir, no va por ahí. Yo entrego mis páginas escritas al editor y ahí terminan mi poder o deseos de hacer o decir algo más. Sería veleidoso decir, estas mis obras representan a mi región, ni siquiera a la provincia, a mi querida Concepción, o a La Oroya, a donde nos llevó a vivir mi padre unos buenos años; con las justas creo expresar retazos de geografías amadas, un pedacito de mi tierra, los bordes de los sembríos por donde iban mis pies descalzos, sitios donde he temblado de frío o me abrigué con su sol benigno y he sido irracionalmente feliz con lo poco que había para serlo; en mis relatos seguramente encontrarán angustias, anhelos y alegrías, que son, en verdad, común a cualquier mortal de cualquier parte. Cuánto quisiera decir, nombrar, evocar, describir, infinidad de detalles, hechos trágicos o épicos, como también alegres y fantásticos, de todo lo visto, oído, vivido, de mi región, sus bailes, su laboriosidad y solidaridad ancestrales, etc, pero apenas si se puede esbozar, mínimamente, algo de todo ello, en el género cuento, y es que tampoco tengo la magia, la genialidad de poder hacerlo, ¡piña!, carezco de ese don; también uno teme que esto sea un tratado de geografía, antropología o de sociología. Quitarle chamba, mira tú, a los científicos de la sociedad, ja, ja. Quizás, como lector, ves que mis obras representan a una parte de nuestro Perú, hasta allí no alcanza mi capacidad de calificarlas, cierto que no me corresponde decirlo. La verdad.
RAMIRO.- A tu juicio, en el desarrollo de la literatura nacional comprometida, qué tipo de problemáticas crees tú que deben abordarse? Por ejemplo Ciro Alegría Bazán y José María Arguedas, entre otros, abordaron problemas de su tiempo como era el gamonalismo, el feudalismo, etc-.
ANTONIO.- Por qué son amadas la literatura, la música, la pintura, las artes. Porque son expresiones que generalmente sorprenden, deslumbran, sacuden nuestras concepciones y sentimientos. Nadie puede ser infiferente a las artes, pues éstas nos hablan básicamente desde el sentir y la reflexión va por ahí en torno de los problemas humanos. La guerra, el hambre, el honor, la justicia, la belleza, el amor. Nuestra literatura no creo que pueda esquivar estos temas. Un cuento, una novela deben tener una intención noble; así sea un relato absolutamente individual, tiene una proyección social
RAMIRO.- ¿Cuáles crees que son las mayores amenazas y desafíos que la humanidad de hoy debe afrontar?
ANTONIO.- Grandes retos. La vieja aspiración de justicia social y económica de millones de seres humanos frente a una inaudita concentración de la riqueza de unos pocos. La paz mundial hoy frágil ante la desquiciada ambición de intereses de dominación territorial y rapiña de los recursos naturales de los grandes monopolios económicos y varones militaristas. Y la supervivencia misma de nuestra especie y cultura humanas ante la cada vez dramática precariedad ambiental producto de la vasta e imparable contaminación ambiental y destrucción atmosférica. Se hace perentorio instaurar un modo de vida humano de justicia, convivencia de amor y paz y de armonía con la naturaleza y entre los habitantes de este punto fascinante del universo. Y esto solo será posible parando el vertiginoso y loco desarrollismo industrial por un sistema de vida, no sé, comunitario, minimalista, con fuerte dominio de lo artesanal, ecológico y apelando a la ciencia para actividades absolutamente pacíficas y limpias. Estoy soñando. Pero hay que partir de un sueño, ¿no?
RAMIRO.- Como eres hombre de cultura huanca, venido del Centro del Perú, ¿podrías decirme quiénes son a tu juicio los representantes de la literatura de tu región y cuáles son sus temáticas?
ANTONIO.- Escritores de relieve Juan y Carlos Parra del Riego, Adolfo Vienrich, Reynaldo Bolaños Díaz, conocido como Serafín del Mar, Antenor Samaniego, Julián Huanay, Augusto Mateu Cueva, Emeterio Bonilla del Valle, varios de los nombrados de las canteras mariateguianas de Amauta, Variedades o Mundial. Todos ellos vienen del anarquismo, fuerte implante en la sierra centro y sur, también se está cimentando el vanguardismo y la denuncia social y racial. No olvidar a José Gálvez Barrenechea, con su temática de lo nacional. Nuestra región es rica en poetas, narradores, pintores, y compositores (que deben ser considerados como literatos, pues al mismo tiempo son poetas, cronistas, músicos, intérpretes y difusores de la cultura) como Emilio Alanya, Zenovio Dhaga o Juan Bolívar y otros, dándonos un cancionero de hondo sentido poético, de bonitas letras.Tienes también a Pedro Monge, amigo de Arguedas, gran recopilador de inolvidables cuentos populares de nuestro valle; el buenazo de Eleodoro Vargas Vicuña, neo indigenista; otro, en plena producción y prolífico escritor, Carlos Villanes Cairo, de prosa especial, socarrona, de tintes míticos, pero también de crítica social. En poesía: el gran Víctor Mazzi, el horaceriano Tulio Mora; Eduardo Ninamango. Carlitos Orihuela. Nicolás Matayoshi y Carolina Ocampo. También recuerdo haber leído en revistas y periódicos o libros de antologías, entre las escritoras destacadas, a Isabel Córdova, María del Pilar Laña, Laura Riesco,Consuelo Arriola, Elsa Herrera, Yannina Sovero. Y aunque no nacido y sí criado y crecido en nuestra región, pongo a nuestro profesor y poeta Hildebrando Pérez Grande como muy de los nuestros. De Freddy Contreras me gustan sus relatos Crónicas de andariego,de Ulises Gutiérrez. Y de los más destacados, entre los contemporáneos, sin duda, Edgardo Rivera Martínez y Pepe Bravo. De los más jóvenes, la poeta Ethel Barja.
RAMIRO.- Hablemos ahora de la felicidad, ¿qué es para ti la felicidad? ¿Cuándo el señor Antonio Ureta dice sentirse feliz?
ANTONIO.- En verdad es difícil sentirse enteramente feliz en este mundo, siempre ajeno y cada día no ancho sino más angosto, inhabitable y cruel, para unos más, para otros menos; no me hacen feliz las situaciones de existencia de abuso y explotación inmisericorde pasadas y presentes. A veces cuando leo la historia desdichada, trágica, la nuestra, como país, o la de otros, también yo me siento profundamente desdichado, perturbado, qué hacer, en quién creer, qué sistema político o económico apoyar. Sin embargo, uno es feliz en determinados momentos significativos de la vida, una mañana cualquiera, con la caída de un tirano dañino y cruel, un descubrimiento científico a favor de males endémicos, la presencia pronta y vigorosa de la juventud junto con el pueblo protestando por una medida equivocada o defendiendo causas nobles, dan esperanzas de una vida mejor. En lo personal, el humor cajamarqués de Zarela, o el superar situaciones complicadas de salud en la familia; los amigos, el nacimiento de Dylan, mi nieto, robusto y vivaz; la presencia de Claudia y Valeria, mis nenas, ayer nomás en pañales, pensar que hoy se pintan de púberes criaturas, estudiosas y muy cariñosas; qué sé yo, una pasada de lomo de mi gato, una vieja canción, un cuadro, una nueva amistad...
RAMIRO.- ¿Qué son para ti la buena suerte y la mala suerte? ¿Tú podrías decir que la mala suerte es producto de la falta de oportunidades que impide que las personas se realicen en su medio social?
ANTONIO.- Existe el azar, sin duda. La racha, buena o mala, también. Una tirada de dados... Pero vivimos en sociedad y ésta está instituida de una forma determinada. Con privilegios y acaparamientos para un segmento minoritario. Depende cómo te agarra una carga de aire helado, abrigado o calato; una enfermedad, un problema judicial o económico. Tú dices, falta de oportunidades... Pero es más que eso. Hay un condicionamiento mayor. El juego individual es limitado; si eres un genio, un vivazo, un endiablado y audaz jugador, derrepente la haces, tú, pero ¿el resto? A mirar y apostar... O luchar, congregados, hermanados, como aconsejan los evangelios cristianos.
RAMIRO.- Si quisieras agregar algo más Antonio, te dejo libre la tribuna
ANTONIO.- Agradecido, por hacerme hablar, un poco o más de lo necesario, ja, ja.
RAMIRO.- Gracias, a ti,  Antonio por responder a esta entrevista. Has sido muy gentil.