jueves, 14 de julio de 2016

Emilio Gutiérrez de Quintanilla,una semblanza y una critica de Abelardo Gamarra El Tunante .

Abelardo Gamarra
EMILIO GUTIÉRREZ DE QUINTANILLA (1858-1935)
Autor: Abelardo Gamarra El Tunante (1850-1924)
Al comienzo de una serie de artículos que con el título de “Recuerdos de un Cronista”, escribimos en “El Nacional”, allá por el año 86, dijimos:
Útil sería, a no dudarlo, una relación historiada de la manera como se han ido desenvolviendo en nuestro país las letras; y a ser nosotros aptos para tan necesaria tarea, en cuatro periodos dividiríamos el tiempo, haciendo nuestras apreciaciones en el orden siguiente:
PRIMER PERIODO.
Lo que ha llegado hasta nosotros de la literatura incaica. Lengua quechua, su riqueza y estudios, que de ella se han hecho y se hacen, siguiendo su lógico y natural desenvolvimiento, ha debido conservar reminiscencias muy marcadas del periodo que llamamos incaico, o mejor dicho, las huellas de aquel periodo, han debido imprimir la originalidad, que remarcándose con el tiempo hubiera llegado a darle fisonomía propia.
SEGUNDO PERIDO.
Literatura colonial, tono peculiar de las letras en la época del coloniaje; su carácter amanerado, clásico, inclinado al latín; partidario de la forma y del filosofismo escolástico.
TERCER PERIODO.
Las letras desde mil ochocientos veinte cuatro; el exagerado romanticismo sucede a la exageración del llamado clásico; se piensa al fin en una literatura propia: Don Felipe Pardo y Aliaga, don Manuel A. Segura, Melgar….. quienes son los que más señaladamente han cultivado literatura nacional.
De 1824 a 1879 abrazaría para nosotros este tercer periodo, pues la guerra con Chile, acontecimiento, el más notable, después de la guerra de independencia, tendrá calmados sus desastres, que dejar tan profundas huellas, que en el orden político, en el social y literario habrá de encontrarlas el filósofo historiador; no pasará sin resultado esa guerra, más parecida a la de los bárbaros del siglo V, en la Roma de aquella época, que a la franco prusiana, con que se le ha comparado tantas veces. Tal sería el estudio que hiciéramos, si reuniésemos el criterio elevado, la versación histórica y el poder del numen, que requiere tan delicado asunto; mas, ya que no podemos trabajar esa obra, haremos siquiera apuntaciones, que puedan servir de algo, a los que busquen más tarde los anales de la literatura patria.
Esas apuntaciones comprendían el movimiento literario desde 1875 hasta 1885, esbozando el estado de la cosa antes del 75, y lo que se alcanzaba a ver del 85 adelante: teatro, instituciones literarias, sociedades, escritores, artistas y obras. Gustosos reproduciríamos aquellos “Recuerdos de un cronista”, si los tuviéramos a la mano; mas, desgraciadamente, nunca supimos conservar una sola línea manuscrita ni impresa de lo nuestro, viéndonos obligados hoy a recurrir a los amigos, para recoger el contenido de la presente colección y como ni ellos tienen esos “Recuerdos”, ni existe completa la colección de “El Nacional” en la imprenta ni en la Biblioteca, nos contentaremos con ofrecer uno que otro fragmento y una que otra anotación biográfica, comenzando con la de don Emilio Gutiérrez de Quintanilla, que nos dio margen para decir lo que pensamos con relación al españolismo en el arte.
Don Emilio creemos que es limeño, no lo hemos preguntado, lo conocimos joven como colaborador literario de “El Nacional”. Frecuentamos después su trato lo bastante para formular este esbozo. Es pequeño de cuerpo y de fisonomía simpática, muy jovial en su trato, lleno de maneras y de conversación culta. De todos los escritores que conocemos es el más tildado, el más pulcro, el que tiene, con prolijidad artística, mejor arreglado su departamento de lectura: soberbios bustos de tierra cota: magníficos modelos de yeso, acuarelas, pasteles, rarezas y caprichos de  bronce, piedra, mármol, telas al óleo, diseños al carboncillo; cosas lindas, muy lindas, objetos de gusto delicado: todo en su lugar, todo en su sitio: luz graduada como para pintar; lámparas adecuadas para trabajar en la noche; casilleritos, papeleras, diarios en sus agarraderas; los originales de sus multiplicados estudios en pequeños blocs,numerados,clasificados,ordenados,puestos en estantitos especiales; su sillón de lectura, con todas las regalías necesarias para leer sentado,recostado,tendido cerca de este sillón el escritorio, un  mueble primoroso, portátil y en el que se puede escribir sentado, de rodillas, de pie o como se quiera, pues se arma a voluntad y tiene más resortes que una bicicleta, con atriles, caballete, sitio para desplegar a la vista los libros de consulta, para tener a la mano las carillas y los lápices, y los borradores, y las plumas, y las tintas de oro, de plata o de colores, y los broches para los legajos: aquella es una máquina que a nosotros nos aturdiría.
En el salón de lectura de  Quintanilla puede entrar una artista cualesquiera y nada le hará falta para dar muestra de sus aptitudes para grabar, para pintar, para esculpir, para construir, para tocar; hay bronces, caballetes, cincel, instrumentos y si quisiese alguno  pegar un pase de florete, tampoco falta la careta, los guantes y el estoque.
Por temperamento y afición es Quintanilla artista; pero tan cuidadoso, tan metódico, tan ceñido a las reglas y preceptos, que peca de rigorista. Tiene para el estudio la paciencia de un benedictino y es tan minucioso que aturde con las notas de sus artículos. Dos defectos capitales le hemos notado, pues como dicen, es vicio todo exceso: recarga de citas sus producciones, de tal modo que es menester pertenecer al número de los muy aficionados para desenmarañar su lectura: apoya sus razonamientos en una verdadera Babel de autores y aburre con la presentación de tanto testigo de lo bueno que dice: acoquina con sus autores y es tan extremadamente castizo, que suele ponernos en apuros con sus giros de castellano viejo. Menos citas y español más corriente harían más populares sus trabajos y más útiles: escribe con sustancia y siempre enseña. Recordamos de sus publicaciones, sus “Escritos Literarios”, reunidos en un volumen en 1977. Ya en 1886, había publicado en un folleto “El ideal en la literatura española del siglo XVI”, trabajo que dio lugar a su incorporación al Ateneo de Lima y que le valió el título de Miembro correspondiente de la Academia española.
En enero del 87 leyó en el Ateneo sus “estudios sobre el arte americano”, publicado en “El Nacional”. “El Perú Ilustrado” registró su importante trabajo “Algo sobre artes”, que había presentado el año 89 al Ateneo de Santiago de chile. Es un estudio vasto sobre todas las manifestaciones de las artes plásticas. Con algún cuidado hemos seguido sus pasos de este escritor, anotando sus estudios en los que abunda la enseñanza. Recordamos que en “El Nacional”, juzgó a Sarah Bernardt, como publicó un folleto de crítica literaria a propósito de “Aves sin nido”, novela de la señora de Turner. “El Perú Ilustrado” registra no pocos de sus estudios de crítica artística y literaria, entre ellos uno sobre la obra del literato mexicano don Francisco Sosa “Escritos y poetas sudamericanos” y otro sobre el libro “Máximas y reflexiones “, de la señorita Juana Rosa Amezaga.
El “Sud América”, de Buenos Aires, reprodujo los artículos del libro “Escritos Literarios” con el seudónimo Agar, que usaba cuando los publicó en “El correo del Perú”. “Este seudónimo – dice el Sud América – oculta una “pluma vigorosa, un escritor castizo y cáustico”. “Y un estilista de mérito a quien no tenemos sino un “pero” que ponerle: no pinta ni cuenta las cosas del país, prefiriendo no hacer competencia a las tradiciones peruanas. Los artículos de Agar han llamado con justicia, la atención de todos los hombres que aquí se ocupan de letras, y estamos seguros que su libro tendrá éxito y resonancia, provocando polémicas que siempre serán beneficiosas.
El Ateneo de Lima editó un folleto el año 91, que contiene los discursos pronunciados con motivo de la incorporación en esa sociedad, del Ministro argentino García Merou. Como presidente de la Sección de Literatura, fue encargado del discurso de contestación. Hizo un trabajo histórico sobre las relaciones internacionales de los  pueblos hispano-americanos.
El cuadro emblemático de la señorita Emma Coda obsequió al Ateneo, le dio asunto para una crítica artística que publicaron algunos diarios el año 91. El año 92 le dio el cuadro de Lepiani tema “El huayno”, en “La integridad”. El retrato de “Don Manuel Pardo” por el notabilísimo Baca Flor fue estudiado también por el año 89 en artículos que publicó “El Nacional”. El año 92 fue el encargado de hacer el reglamento general de la exposición municipal de ese año, celebrada en Lima,, y el particular de la sección de Bellas Artes.
El año 85 recordamos que hizo el reglamento de una Sociedad de Bellas Artes que debieron formar treinta amigos Bajo la presidencia de Luis Boudat para enseñar gratuitamente a los artesanos el arte del dibujo. El año 92 y por encargo del ministerio de gobierno informó con un estudio minucioso sobre la importancia del museo incaico con que el Perú se proponía concurrir a la Exposición colombiana de Madrid. En la fiesta que organizo en el Teatro Principal la Municipalidad, en celebración del centenario de Colón, y por su encargo, presentó el trabajo histórico que corre en un folleto. En “Los Andes” colaboró con una serie de artículos intitulados “Las conferencias en cuaresma de san Pedro” por el R.P Kouninck. El mismo  año e informado a la Municipalidad sobre el concurso Concha, publicó “El País”.
Después de esto, colaboró no poco el año 97 en “La cizaña del Lenguaje”, del mismo diario, y comenzó a publicar el primer volumen de su “Crítica sociológica”. Ha reformado esta última obra dándole las proporciones que le corresponden. Es la que trabaja ahora y publicará más tarde con el nombre de “Vida colonial, Instituciones, Usos y costumbres”. Sus últimos artículos han sido “Los últimos lienzos de la catedral”, publicado en “El tiempo”. “El retrato del señor Luna Pizarro”, de Luis Astete y” El último Cartucho”, de Lepiani. Tiene en obra un estudio sobre las antigüedades peruanas (la cerámica antigua del Perú) ilustrada con numerosos dibujos suyos; un estudio lingüístico sobre los refranes, y algunos más sobre ramos de enseñanza de las Bellas Artes. Concluido e inédito desde el año 85, tiene además un texto completo con magníficas láminas, de Geometría práctica para el uso de los artesanos e industriales en general.
Como se ve, este escritor ha sido y es de los más laboriosos y útiles: nacido en esta tierra sin estímulo y sin recompensa para el trabajo intelectual, no se a arredrado, ha seguido adelante, sin excusar sus consejos ni su cooperación para nada que signifique progreso y arte, sobre todo. Se halla a medio camino: joven todavía, laborioso y perseverante, con perfecta penetración de los horizontes del saber, mucho hay que esperar de este escritor; pero repetimos lo que la multitud, afecta a leer y a aprender, a gustar de lo bueno, dice de él: menos citas, menos recargo de apreciaciones ajenas que hacen oscura su propia apreciación: hay derroche de erudición, gala de haber leído demasiado, lujo de biblioteca y mucho apego. Por otra parte, a un purismo que sienta mal en estos pueblos en formación: bueno es culantro pero no tanto. Sabe mejor que nadie el señor Quintanilla que la claridad es la primera cualidad de todo escrito y de todo escritor y pecan horriblemente contra la claridad sus marejadas de citas y su empecinamiento en el español anticuado. Póngase más al alcance de los mortales. Concluyamos.
En una obra que a manera de guía para los cultivadores del arte, tradujo el señor Quintanilla, dice, como profesión de doctrina: “nosotros no somos los antiguos hijos del Sol, sino los descendientes de la raza que venció al chuncho y al cetevo y nos hizo herederos de su sangre, del suelo conquistado, de su religión cristiana, de sus costumbres europeas, de su lengua castellana. Esta es la herencia, aquí está la vida presente, aquí, el porvenir”. “
Regenerar la raza, depurar la religión  y restaurar el idioma, son tareas premiosisimas y esencialmente patrióticas” Que nos perdone nuestro ilustrado amigo, si le refutamos un error en que su exagerado amor a la lengua española le ha hecho incurrir. Los españoles no nos conquistaron para España; conquistáronnos para la civilización, o mejor dicho, fueron el instrumento que verificó la civilización incaica, la transformación que hubo de hacerla entrar en la comunión general: el Nuevo Mundo era una sección de la humanidad, que necesitaba realizar su fin amalgamándose con el antiguo.
“Nosotros no somos los antiguos hijos del Sol, sino los descendientes de la raza que venció al chuncho y al cetevo”, dice el señor de Quintanilla. Falso: tal afirmación es absoluta. No hemos heredado la sangre, la religión, las costumbres y la lengua, con la condición de conservarlas íntegras: sin mezcla ni alteración alguna. En materia de sangre, por ejemplo, ¿trabajaremos por españolizarnos?¿No es ya hasta pretensión ridícula dársela de español aquí, donde por la circunstancia de haber sido convertido nuestro suelo en lo que propiamente llama Samper “El valle de Josafat de los vivos”, fatalmente se dice, “el que no pende de inga pende de mandinga”? ¿Qué entiende el señor Quintanilla por depurar la raza? ¿Procurar españolizarla? Por nuestra parte, deseamos que en el Perú la raza sea viril, fuerte, robusta, inteligente y que para ello se crucen nuestros o nuestras compatriotas con españoles, alemanes, italianos, ingleses, rusos o franceses, con tal que no lo hagan con esquimales o con aquellos chimpancés llamados chinos.
Depurar la religión, dice el señor de Quintanilla, y nosotros nos preguntamos:¿abogaremos por solo la religión católica, a título de que tal fue la religión de los conquistadores? En buena hora los que sean católicos, trabajen por serlo a las derechas, pero vengan y vivan en nuestra patria todas las religiones: “que si ninguna religión es una ley, ninguna religión es un crimen”.
¿Querrá también el señor de Quintanilla que nos aferremos a las costumbres españolas?... Y bien: si en materia de raza, de religión y de costumbres, es absurdo querer establecer el monopolio de lo que fue de los conquistadores, cosa idéntica sucede con la lengua, y es lo más curioso que el señor Quintanilla, tan aferrado al purismo español , trae en su traducción arcaísmos de los Más ahuesados, e introduce como treinta neologismos “suyos” y se subleva por lo que hace al acento contra el latín y el griego, a título de estar el español definitivamente formado y tener tipo propio, en pos del cual necesario es marchar. Trabajar por tenerle, he aquí  la misión que nos corresponde; pero no aferrándonos a la patria potestad, pues como dice el señor Quintanilla, abogando por la independencia del español, del latín y del griego: “En el  orden humano la mayoría de edad señala el punto en que la primera jornada de la vida acaba la sujeción del hombre al paterno y caduco hogar y principia una nueva, en que, convertido de súbdito en señor, pertenece  a una nueva familia, hechura de su sangre, campo verdadero de su actividad, palenque  de su destino, que no embargante, caducará también cuando sus retoños se escapen del hogar  en busca de otro nido y de un destino que cumplir”.
El español de América se encuentra en este caso: después de tres siglos de tutelaje, en 1810 se escapó del hogar, se halla en su nido y en pos de su destino: conservará el aire de familia, su doble origen se revelará en su fisonomía, no será español hechizo ni menos indio “shacta”; será si americano legítimo: no fuimos conquistados para España, hemos dicho; y es tan poderosa la corriente de los hechos, que ni cien academias españolas serán bastante para contener el empuje de la ley de desenvolvimiento a que se halla sujeta nuestra raza y su lengua.
Nuestra jerga de hoy será el español americano de mañana, cuando ambos mundos se entiendan a maravilla, aunque solo sea en jerga: “Cuando el disperso caudal de miles de voces esté registrado y unificado, otros se encargarán de fijar, limpiar y dar esplendor. De lo que hoy es montonera, podrá salir ejército regular de esos peregrinos vocablos de que hablaba el erudito Juan de Guzmán, ahora trescientos años”. No pecaremos transcribiendo íntegros párrafos, nacidos de la pluma de un ilustre español, en contra de aquellos que en España mismo, a principios de este siglo, batallaban allende por el purismo del siglo XVI.
“hemos dicho que la literatura es la expresión del progreso de un pueblo; y la palabra hablada o escrita, no es más que la representación de las ideas, es decir, de  ese mismo progreso. Ahora bien, marchar en Ideología, en Metafísica, en Ciencias exactas y naturales, en Política, aumentar  ideas nuevas a las viejas, combinaciones  de hoy a las de ayer, analogías modernas a las antiguas, y pretender estacionarse en la lengua que ha de ser la expresión de esos mismos progresos, perdónennos los señores puristas, es haber perdido la cabeza.
Quisiéramos, sin ir más lejos en la cuestión, ver al mismo Cervantes, en el día, forzado a dar al público un artículo de periódico acerca de la elección directa, de la responsabilidad ministerial, del crédito o del juego de bolsa, y en él quisiéramos leer la lengua de Cervantes. Y no se nos diga que el sublime ingenio no hubiera descendido a semejantes pequeñeces, forman nuestra existencia de ahora, como constituían la de entonces las comedias de capa y espada; y porque  Cervantes, que las escribía, para vivir también, artículos de periódico. “Lo más que puedan los puristas exigir, es que al adoptar voces y giros, frases nuevas, se respete, se consulte, se obedezca en lo posible el tipo, la índole, las fuentes, las analogías de la lengua”. “Si nuestras razones no tuvieran el peso suficiente, habría de tenerlo, indudablemente, el ejemplo de esas mismas naciones, a quienes nos vemos forzados a imitar, y que mientras nosotros hemos permanecido estacionarios en nuestra lengua, han enriquecido las suyas con voces de todas partes. Porque nunca preguntaron a las palabras que quisieron aceptar, “de dónde vienes, sino para qué sirves”. Y medítese aquí, que el estar parados cuando los demás andan, no es solo estar parado, es quedarse atrás, perder terreno.
“No queremos rehusarles por eso la gratitud, que de derecho les corresponde; quisiéramos solo abrir un campo más vasto a la joven España; quisiéramos solo que  pudiese  llegar un día a ocupar un rango suyo, conquistado, nacional, en la literatura europea”. Igual cosa deseamos y repetimos, por nuestra parte, en el Perú, y por esto decimos menos encariñamiento por la forma y todo cuidado por la idea. “regenerar la raza, depurar la religión, restaurar el idioma”, dijo el señor Quintanilla; y nosotros decimos: regenerar, depurar y restaurar, cuanto sea posible, las ideas.
Podríamos afirmar que poseemos el defecto del amor a la forma y el de la negligencia por el fondo: siempre nos hemos preocupado por la exterioridad, con lo que hemos conseguido ser bonitos de cara pero feos de obra. Nada hacemos con remilgados versos y mala poesía; trabajemos, pues, por las ideas, que la forma  vendrá por si. Felizmente el señor de Quintanilla ha traducido una obra que será la que más influya en pro de  lo que llamaremos americanismo en literatura y ese libro de propaganda dice: “que en toda obra de arte debe atender, en primer término, a la idea misma que la engendró y a su fin práctico; en segundo término, a la ejecución: antes a los efectos que a los medios, al contenido antes que al continente, al pensamiento antes que a su realización; que la idea del artista debe ser siempre lógica,racional,veraz;que el artista, lo mismo que el literato, debe pertenecer a su tiempo no menos que a su país, que hemos menester un arte práctico, que nos haga compañía a  través de las veleidades de la suerte, que radicándose juntamente en la realidad de los hechos y en las ideas, ni le acometan ni le hieran los embates de la opinión; pero que progrese, que progrese, al paso de la razón y de la humanidad. “El arte no se dio en puridad, para fomentar quimeras, para desvanecernos a través de ilusiones, engañarnos e inducirnos al mal con equivocados horizontes, según lo que quieran los clásicos, los románticos y todos los adeptos a un vano ideal, antes si para salvarnos, de tan perniciosas ilusiones, denunciándolas. “El artista cabal, al que haya que adjudicarse la palma del mérito, no puede ser ya, en lo sucesivo, ni clásico, ni romántico, ni tomará bandera en el Renacimiento, ni en Grecia, ni en la Edad Media; lo será el que ejecutando una combinación feliz de todos los elementos, de todas las indicaciones del arte, de todas las concepciones del ideal, y más eminente que la tradición, encarne mejor la fisonomía de su país y de su época”. Al escribir Proudhon estos renglones, más que a los artistas de su patria, parece que hablara a los americanos, llamados no a manifestar un arte nuevo, sino a dar nueva transformación al arte: una nueva expresión.
Al combatir nosotros el exagerado purismo, no queremos proclamar lo que pudiéramos llamar libertinaje literario; esto es, una escritura ad libitum: estamos en contra solamente de la resurrección de los muertos, en contra de palabras, frases, de modos de expresión antediluvianos.
Los amigos del purismo pecan por exceso y por defecto: lo primero resucitando palabras, giros o formas de construcción cuyo desuso contribuye a la oscuridad; y lo segundo, negándose a título de ese mismo amor a aceptar las innumerables palabras, frases y modos de decir, nacidos fatalmente de aquello que se quiere expresar y que no podría ser expresado de manera distinta sin perjudicar al espíritu, sin dañar la malicia o quitar mejor dicho, toda la fuerza a la expresión. ¿Cómo haría un purista, un amigo de la frase española, solo y exclusivamente de esa frase, para describir v.g (verbigracia) el traje de una india, su pollerón, su lliclla, los “guallcos” de su garganta, la elegancia de su “topo”, el shucsho” y las vueltas de su “piruro”? ¿Cómo haría para describir las labores  ordinarias de los indígenas, con aquella naturalidad, exactitud, propiedad fotográfica que el arte mismo se ha de menester? ¿Cómo e compondría el “Fernán Caballero” del Perú para copiar al vivo nuestro pueblo en puro lenguaje español, sin apelar al giro quechua, a la palabra de este idioma, único, capaz de traducir fielmente la idea que quisiese expresar? El quechua es un idioma muerto, se nos dirá,, y hay que dejarle en paz; pero nosotros replicamos que en el quechua hay que reconocer dos periodos: aquel en el cual fue forma única de una literatura especial, que en él se compusieron los yaravíes, los huaynos,los huacayllis, lo  hayataquis y huaccataquis, los huancayis y los haranguais. En esa lengua fueron compuestos “El Ollanta” y elñ “Uskapáucar”, “La muerte de Atahualpa” y la de “Titu Cusi Yupanqui”; y aquel, en que dejando o paralizándose su reinado, por el advenimiento de la lengua española, entró a constituir con esta lengua una nueva forma de expresión para una nueva literatura.
Sucede con el quechua lo que con los monumentos incaicos: su estudio espera una pronta resurrección. Son tesoros ocultos todavía, sepultados las ruinas de Herculano bajo la lava de un volcán, que tal fue la conquista; pero que permanecen íntegros, aguardando la labor de la ciencia. Aquellas ruinas, aquellos monumentos tendrán su Walter Scott peruano que los popularice; aquella civilización, sus sabios que la escudriñen, y  la muestren cuán grande fue; y aquella lengua no permanecerá olvidada y sin dejar más que huellas fugitivas en la tierra donde se habló, sino que enriquecerá al español afiligranándola. Aguardemos esta transformación necesaria, en la que el quechua influirá poderosamente, como influirá aquel mundo lejano, tan silencioso hoy día, y que se llama el Imperio de los Incas, en el porvenir de la América.

Cuando por el estudio aquel mundo sea objeto de la atención de los escritores peruanos; cuando en la paleta de los pintores de aquel mundo sean necesarias tintas más brillantes, colores más expresivos y más nuevos, ¿se les desechará  por emplear tan solo las tintas españolas? Eso es lo que llamamos pecar por defecto. Y volviendo a lo que dijimos antes de ahora, no abogamos por el libertinaje en la forma, y aquí debemos hacer la confesión de tres pecados que nos han sido peculiares. No es un vano alardear; es el defecto el que hemos tenido al escribir, jamás hemos podido pulir nuestros escritos, y de aquí ha resultado el mal uso del verbo, cuyo tiempo no ha sido observado con el esmero necesario para la claridad, el mal empleo de la persona, pasando sin transición del singular al plural; y la poca ilación en los periodos que ha perjudicado a la unidad o lógica, a fin de hacer  notar el pensamiento fundamental o la idea, que hemos desarrollado. Hecha esta confesión, terminaremos manifestando que combatimos el purismo fraseológico y que abogaremos siempre por la construcción clara, sencilla y precisa, que el giro sea quechua o que la palabra pertenezca a esa lengua, con tal que la idea se ponga en transparencia, tal cual la haya concebido el escritor. Abogamos por el colorido nacional, no empleado disparatadamente sino con propiedad. Desechamos el español del siglo XVI y queremos un castellano americanizado, peruanizado, comprensible por nuestro pueblo, para él y por él.(Tomado de su libro “Rasgos de Pluma”, publicado en 1902,por la imprenta editora de Carlos Prince).
(Lima 1858-1935)
Nota.- La idea de publicar algunos trabajos de autores peruanos o extranjeros en este blogg, se debe al deseo  de acercar a los lectores a sus obras,ya que muchos de ellos han publicado sus libros en el siglo XIX o siglo XX y esas obras no se han vuelto a publicar como libro impreso.Seguramente no se publicaron debido a que en el Perú la publicación de libros no resulta rentable para el autor o escritor y tampoco existe una política estatal de favorecer la publicación de libros en el Perú.Este seria el caso de Abelardo Gamarra y otros peruanos,cuyas obras no pudieron se reeditadas.Entonces con la ayuda de la internet se busca reproducir sus trabajos para beneplácito de quienes leen .