viernes, 7 de diciembre de 2012

Don Francisco González Pino,una semblanza del escritor Julio Garrido Malaver.


Autor  : Julio Garrido Malaver.
Una mañana se levantó llorando la tía Clementina; llorando desesperadamente. Y aseguró que graves, muy graves y terribles amenazas pendían sobre la vida de su marido, quien no sabría nunca de las tribulaciones premonitorias de su mujer.
La desesperada mujer aseguró haber soñado que a su marido lo perseguía, furiosamente, un enorme toro negro; que su Wenshe iba montado en un brioso caballo blanco, desbocado; que el tal caballo después de arrojar por tierra a su jinete le había destapado los sesos a coces. Y todavía más, que ella, doña Clementina, sin saber cómo ni por qué, siempre entre sueños, tenía en las manos una cesta de naranjas.
 Y lloró y lloró.
Emilio dijo que no había que creer en el Oráculo viejísimo que su tía consultaba desde hacía muchos años. Y sostuvo que él, Emilio, moriría primero que su sano y vigoroso tío.
Pero sin mayores preámbulos, el tío Wenshe, de la noche a la mañana, cayó mortalmente enfermo.
El primer día, dijo que no se levantaba de su cama porque sentía nada más que un poco de cansancio. Se burló de todos cuando le ofrecieron traer a don Pancho González de Uchucmarca, que en aquella época se encontraba en sus tierras de Chómal, sólo a muy pocas leguas de Púsac. Y con envidiable humor, agregó que el los enterraría a todos; y que por consiguiente, no se preocupa­ran mayormente por su salud.
Pero Emilio ensilló su caballo y muy de madrugada se fue en busca del mentado cura males, quien, al anochecer, ya estaba en Púsac.
Don Pancho González era, entonces, un verdadero Patriarca. Conocía a sus pueblos ms que a sus propios hijos; y como a tales les prodigaba sus auxilios siempre generosos y desinteresados.
En su amada Uchucmarca, con una prodigiosa inteligencia y su fecundísima imaginaci6n creadora, se había constituido, con "el tiempo y sus aguas", como solía decir, en el verdadero paño de lagrimas de todo ser viviente.
Sabía de Leyes tanto como de gobierno, de hombres y de pueblos.
Agricultor próspero no ignoraba algunos importantes aspec­tos de la Ciencia Agrícola Moderna. Hacía muchos años que se encontraba empeñado en que otros agricultores lo imitaran en eso de abonar las tierras y prodigarles agua de regadío. Pero en lo que más aguzó su ingenio fue en el ejercicio de la Medicina humana y en la medicina de animales. Nunca estuvo, ni por un segundo, en Universidad alguna o en Instituto. Tenía muchos libros antiguos, como el "Buchan" y otros, en los cuales estudiaba la medicina humana. Y, sobre todo, poseía una muy aguda intuición médica, clínica, que le permitía diagnosticar, con acierto, las enfermedades más extrañas, y, más aún, combatirlas con asombrosa eficacia.
Sus medicamentos preferidos eran sumos de hierbas y de raíces, pero no desechaba el uso de los fármacos modernos de los que esperaba, para el futuro, verdaderos milagros.
Los naturales se defendieron siempre de todos los males con artilugios y pócimas de brujos y curanderos. Pero de lo que casi nunca se salvaron fue del "costado"; sin embargo don Pancho González llegó a ostentar el meritísimo orgullo de combatir tan terrible afección que no era otra que la mortal neumonía.
A sus enfermos del "costado" les hacía beber una dosis de querosene, infusiones calientes de hojas y raíces y emplastos de frutos, cortezas y flores, que aplicaba en pecho y espalda del enfermo que antes de nada frotaba con vinagre, moho de frutas y barro podrido.
De conocer la técnica de don Pancho González, los Médicos de estudio le hubiesen envidiado y con razón.
Sabía encontrar índices delatores de enfermedades en el pulso tomado en la muñeca de la mano, igualmente, en las palpitaciones del estómago y de las sienes.
Conocía de los reflejos nerviosos. Auscultaba al oído, pulmo­nes y corazón. Revisaba la lengua del paciente. Y todo signo externo, por más insignificante que fuera, era tomado en cuenta para cada caso. Pero su mayor habilidad la demostraba cuando, de un rápido examen al ojo de la orina de una persona, podía deducir la gravedad del mal.
Una vez, estando don Pancho González en la fría Cajamar­quilla (hoy Bolívar, Capital de la provincia de igual nombre,Departamento de La Libertad-Perú), bebiendo en compañía de sus amigos, vio llover orines de los balcones de una casa vecina a la cantina en que estaban, y luego de meditar apenas unos instantes, sentenció
- ¡Mañana tendremos velorio en la casa de a lado, en los altos!
Ante el temerario anuncio todos se echaron a reír, y para negarle autoridad a su pronóstico, acto seguido lo condujeron a la presencia del vecino sindicado que resultó ser un famoso tinterillo quien declaró, a instancias de sus visitantes, que era un hombre feliz y que jamás había padecido ninguna enfermedad grave. Riendo a carcajadas aseguró que viviría por lo menos hasta cumplir cien años de los cuales apenas si había cumplido los primeros cuarenta. Pero sucedió que al siguiente día murió el tinterillo, de cólicos renales y vaya uno a saber de qué más, sin dar tiempo para que buscaran curandero o dieran con don Pancho González que había amanecido de jarana.
El noble curador de males nunca hacía alarde de sus diagnós­ticos y de sus famosas curaciones pero sí de la fecunda imagina­ción que le permitió crear infinidad de historietas con las que divertía a las gentes, en cualquier velada, y sobre todo a los niños que eran sus mejores amigos.
Era un prodigio de creador. Un fantaseador impar por aquellos mundos. Y habría sido considerado como un genio verdadero en cualquier rincón de la tierra que no hubiera sido la suya.
En Uchucmarca, en eso de sus "cuentos", tenía algunos mulos notables, corno don Manuel Puerta, don Felipe Llaja y otros, pero ninguno ganó la categoría de ser su cercano imitador.
Además, su sentido de humanidad lo acercaba a todos los hombres con extraordinaria facilidad. Varias generaciones tienen que reconocerle su valioso concurso intelectual.
Si por aquellos mundos un día fuera posible erigir una estatua a la superación humana, tendría que ser una estatua a don Pancho González o a su contemporáneo don Wenceslao Montes, ambos símbolos de aquellos pueblos en procura de grandeza que nadie ha tenido siquiera la diligencia de suponer.
Don Pancho era un hombre delgado, alto, huesudo, de frente amplia, fina boca y unos bigotazos engreídos como dos cornupias de oro tentadas ya por los temblores de fina plata de tiempo.
Pues bien, don Pancho hizo el examen  médico ms breve de su vida ya que se limitó a tomar el pulso y observar la orina del enfermo. No dijo nada ni ordenó, ni dio receta alguna para el paciente, que no se mostró abatido sino más bien afirmó rotunda­mente que al día siguiente estaría ya en pie como siempre. Pero la verdad era otra y solo la sabían el enfermo y su sabio amigo.
Después de una larga y detenida charla, hecha ya la buena comida, don Pancho soltó la lengua contando sus acostumbrados y sabrosos "cuentos", todos, aquella vez, nuevos y referentes a la vida y milagros de los templinos y de sus tierras. Uno de tales "cuentos" es el que sigue:
- Una vez, —comenzó diciendo. —caminando por estos lares se me cansó el caballo, que era de alquiler y no de los que yo crío. Y como se me hizo tarde resolví que sería mejor para el animal acampar en cualquier parte hasta el día siguiente. Más, como no estaba en mis planes, —afirmó— me encontré en un duro aprieto, pues, si es verdad que para el caballo esmirriado, había como siempre buen y abundante pasto, en cambio para mi hambre yo no llevaba ni una reseca cachanga. Y lo peor del caso fue que yo tenía tal hambre que me consumía como la propia fiereza del calor; felizmente recordó que llevaba en mi alforja viajera algunas buenas naranjas de Tullpac. Y no sé cuantas de ellas me comería, pero el hambre se me durmió y yo también me quedé dormido.
En la nueva mañana que se hizo, al despertar, me encontré, al parecer en otro mundo distinto al que me había recibido la tarde anterior. ¿Cómo? Me pregunté. Y me puse a caminar de un lado para otro, sin poder encontrar una salida. Y sólo después de pensar un poco tuve que resolver lo que haría.
- Pero, ¿por qué no había salida? --Preguntó alguien. A lo que don Pancho contestó muy serio:
- Pues, porque me encontraba yo en un bosque tupido de naranjos en flor... Y tuve que derribar algunos de ellos con mi machete en dos filos, para poder salir, encontrar mi caballo y proseguir el viaje.
- ¿Pero quién lo llevó a ese bosque de naranjos en flor?
-Alguien volvió a preguntar, a lo que don Pancho contestó más serio que nunca:
- Nadie. Pues sólo había sucedido lo siguiente: como ya lo dije, comí varias naranjas y ustedes comprenderán que yo no me comí las pepas... las mismas que fui arrojando a mi rededor.
Y como estas tierras de Púsacc son tan fértiles, pues, las tales pepas germinaron, crecieron las nuevas plantas y se hicieron bosque florido mientras que yo dormía y reparaba sus fuerzas mi caballo.
Todos rieron de La gran "lata", menos don Pancho que se quedó muy serio y más fresco que una lechuga.
Era tarde, cuando todos se recogieron a dormir. Don Wenshe pidió hablar a solas con su amigo. Y nada más de lo que va en seguida se dijeron.
- Bueno, Pancho, es el final. ¿No es cierto?
- ¡Hombre de Dios... yo... yo no diría tanto!  Más despacio, más despacio. . .!

-  Quieres decir que ms despacio lo llevaron al difunto, y Jo llevarán. Bien. ¿Sabes? Yo no tengo miedo. Y simplemente que ya estoy llegando a la última esquina de la vida. ¡Si no quieres, pues, no me digas nada!  ¡Pero yo bien sé lo que tú sabes y lo que estás pensando!
-  No tienes nada de que arrepentirte para estar preocupa­
-  ¡Quizá!
-  ¿Hay algo que yo podría hacer por ti?
-  ¡Tan sólo que sigas siendo, para nuestras gentes, lo que has sido siempre, lo que has sido hasta hoy día para mi!
-  Eso, Wenceslao, no lo dudes!
- ¡Ah, y griten, griten mucho, para que se haga la carretera!

¡Esa carretera es nuestra esperanza, es el porvenir y la futura seguridad de nuestros pueblos! ¡Será nuestra salvación! iYo estaré con ustedes en la hora de la alegría! ¡En la inauguraci6n de nuestra carretera! ¡Nunca los abandonar! Nunca!
Los viejos y buenos amigos se abrazaron efusivamente. Eran, siempre lo habían sido, dos soñadores, con la única diferencia que habían elegido caminos diferentes.
Don Pancho triunfó desde el primer día y habrá de ser eterno su recuerdo. Y don Wenshe había visto, apenas, un destello luminoso, el posible triunfo de sus grandes y generosos sueños... Pero no importaba! ¡Es que eran muchos sueños, muy grandes sueños! ¡Y Jo que era mis, todos se podrían realizar; ahora lo veía más claro!
Los familiares de don Wenshe ignoraban la verdad, sólo Emilio fue debidamente informado de la gravedad de su tío. ¡Y lloró como hombre! ¡Lo había llegado a querer tanto! ¡Lo amaba como a un padre ya que tan sabia y tesoneramente lo había puesto en su verdadero camino! ¡Y cuando comenzaba a ser verdaderamente feliz, lo dejaría todo! ¡Oh dolor y pena! Pero l cumpliría con todo lo que faltaba y en la medida que le fuera posible!
Para el resto de la gente, éste fue el informe: que el enfermo guarde cama el mayor tiempo soportable. Y para Rosalía fue el encargo siguiente
- Rosalía, no olvides de darle a tu tío agüita  de flores de naranjo, y nada más, no necesita nada más
Pero los días que se sucedieron fueron realmente terribles. Algo asestaba y golpeaba con duros puños. Algo dolía muy en hondo y pocos podían saber lo que era.
Don Wenshe no lo demostraba pero hacía ya mucho que había comenzado a morir.
Don Salomón Tucta a quien ya no Jo desamparaban ni un solo instante, se puso todavía peor. Gritaba y lloraba. Y afirmó que a el lo esperaba el mismo camino que al loco Wenshe, el principal enemigo de su bosque.
¡Cuánta pena en medio de tanto florecimiento!
Pero también alegra en la travesura del hijo de Eufemia y Atanacio. Había pasado el terror por las víboras.
Rosalía se sentía muy feliz porque se crea en cinta, pero como resultó que no era cierto su estado, tal desilusión agravó los pesares de toda la familia, pesares todos producidos por la creciente gravedad de tío Wenshe.
Fueron muchas las semanas angustiosas, y durante todas ellas el enfermo no desperdició oportunidad para aconsejar a todos sus sobrinos y a las mujeres de sus sobrinos. Afirmó una y otra veces, apasionadamente que los menores Tucta y todos los niños de aquellas tierras, serían los verdaderos y felices dueños del futuro que advendría pleno de grandezas.
Con Emilio platicaba horas de horas, y ambos, de muy buen grado, terminaban de acuerdo en todo. Pero la hora final se acercaba más y más.
Y fue un 23 de Noviembre de 1924, el día señalado. Por quien todo Jo señala y determina. Desde muy temprano comenzó la última agonía, pero don Wenceslao Montes lo negaba con increíble persistencia. Recostado en su cama sobre un grueso almohadón, decía muchas cosas y reía. Ya no quiso tomar ningún alimento. Cuando se hizo la poche ms pesada del mundo olvidándose de traer a la Luna, el enfermo pidió que encendieran todas las lámparas y candiles de la Casa. Después, le suplicó a su mujer que le lavara la cara y lo peinara. Luego exigió que lo vistieran con el mejor de sus ternos; que le pusieran su cadena de oro con su Longines Tres Estrellas; que le calzaran sus zapatos de charol comprados en la Zapatería del maestro Zurita de Cajamarca; y que, finalmente, le sirvieran un poco de miel y yucas sancochadas de su amado Púsac, potaje que ingirió , saboreándolo, tranquilamente.
Después se puso a cantar:
"Mañana cuando me muera
que me pongan mi sombrero
no sea que en la otra vida
me asalte algún aguacero.
Le dieron su sombrero negro de paño, el que se caló con mucha gracia. Miró a todos. A todos les dio su bendición. A Emilio algo le dijo y sólo para él.
Luego preguntó cómo estaba la noche; y le informaron que muy clara pero todavía con muy pocas estrellas, lo cual no dejaba de ser extraño, y a lo que él aludió con ironía:
- ¡Ellas estarán muy ocupadas preparándome la grandiosa recepción que me deben! —Rió de buena gana.
Entonces, hizo prometer a todos que nadie lloraría por él, porque se iba feliz de saber que por aquellos mundos que seguiría amando "hasta e fin de los fines", había comenzado a ser buena la vida.
Y ordenó que por nada de la tierra se quedaran sin la carretera que los sacaría a la luz para llevar luz para todos.
Finalmente se puso de pie; volvió a contemplar a su gran familia, y sonriendo, con voz muy clara y dirigiéndose a su personaje visible sólo para él, dijo:
- Pasa, buenamoza, pasa, no te hagas esperar más! ¿Ya es hora, verdad? Y riendo anchamente agregó: —pero por más que ya me ames, y por lo mucho que te amo yo, no he querido darte el gusto de recibirte en cama... Tú sabes que siempre estuve de pie... Y sobre mis propios pies voy ahora a tu encuentro...
¡Vamos!  ¡Vamos ya! - Y dio nada más que dos pasos y se desplomó. ¡Estaba muerto!
En su rostro consumido por el amor, la pena y el dolor muy hondos, todavía se dibujó su última sonrisa.
Todas las luces de lámparas y candiles de la casa palidecieron corno ramilletes de flores de naranjo.
Apenas si movió sus hojas el cañamelar, cual si un discipli­nado ejército sinfónico hubiese presentado armas...
El rio dejó oír más hondo su idioma de plata.
Las cumbres vibraron como banderas izadas al tope. En el Cielo comenzaron a estallar las estrellas.
Y las voces de la tierra, que el anciano muerto amó tanto, se hicieron elevada oración de infinito.
¡Todo lloraron una sola clase de lágrimas!
¡El pequeño hijo de Eufemia, señalando al muerto con su diminuto índice, sonreía y sonreía. ¡También el muerto estaba sonriendo... !
Aquella, fue la última lección del padre de tantos y tan bellos sueños...!  (Tomado de la novela "el Camino  que no llegó", Capitulo titulado:"De la última lección)
Nota: Uchucmarca es pueblo y distrito de la Provincia de Bolívar,Departamento de La Libertad,República del Perú.
Cajamarquilla es el actual pueblo y distrito de Bolívar, de la provincia de igual nombre, en el Departamento de La Libertad,República del Perú.Adoptó el nombre actual en 1940.