Antonio Ureta Espinoza |
Entrevista de Ramiro Sánchez Navarro
Antonio Ureta Espinoza
(Concepción, Junín, Perú) es graduado en Literatura en la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, Lima. Se inicia en el campo literario con un libro de
cuentos breves, de lograda factura: Cuentos del viento, publicado por
Lluvia Editores en 1991, con dibujos del pintor Josué Sánchez y comentario de
Pedro Escribano. Hipocampo Eds. lo reedita en el 2008 con viñetas de Edmer
Montes. Antes, en 1986, había participado con el taller de Testimonio Oral de
la UNMSM en la recopilación de historias, entrevistando a pobladores de
distintos barrios de Lima, de la cual se publicará en forma colectiva el libro Habla la
ciudad. Poco después, hará recopilación en las comunidades de Huancayo,
Concepción, Mito, Orcotuna y Tarma, por encargo de la FAO, para el proyecto de
bibliotecas campesinas, trabajo publicado en Cuentos del malki. En el
2001, sale a luz su novela ambientada en La Paz, Bolivia: Después del amor y
la lluvia; luego, el libro de narraciones orales de la sierra central Asamblea
de gatos. Su reciente y bien recibido libro de cuentos es Venadita de
Lircay, Hipocampo Editores, 2016.
En esta entrevista, Antonio nos habla de su trayectoria
literaria, de su experiencia como editor, recopilador de nuestra tradición
oral, además de otras interesantes revelaciones.
RAMIRO.- ¿Podrías decirme,
Antonio, cómo nace tu vocación literaria? ¿Es influencia familiar, de tu medio
o de la universidad donde estudiaste literatura?
ANTONIO.- En el camino de la
vida vas encontrando los oficios que te acompañarán, para bien o para mal, toda
la vida. En el medio familiar, en las noches, luego de las labores de la tierra
y el hogar, visitaban a mi madre las tías para el chacchado de la coca y a
echarle el ojo a cualquier señal adivinatoria de la bendita hoja, mensajes
sugeridos por la luna, el viento, los animales, etc; luego pasaban a contarse
historias diversas, así llegaban los cuentos, conocidos por todos, pero que en
la repetición y en la forma de contarlos, además, ojo, en el comentario de sus
bondades morales, en la moraleja, se completaba el goce y el sentido de la
conversa. Todo ello llegaba a los oídos de los menores, ocultos en la oscuridad
de la habitación y bien despiertos, aprendiéndonos todo el repertorio oral de
las tías parlanchinas. En cambio, mi padre era hermético, un hombre austero con
la palabra, dado a las órdenes enérgicas y mandados sin demora ni
murmuraciones. Pero, hubo ocasiones de espiarle sus confidencias, especialmente
amatorias, y descubrir en él la chispa, el aderezo verbal cuando se quedaba con
la visita de mayores, con los amigos; era, en realidad, un tremendo pícaro en las artes de la conquista
del corazón. Respecto de mi carácter, los amigos de infancia me dicen que yo
era un tipo tranquilo. Y yo digo, tranquilo..., quizás estaba observando todo
lo que sucedía a mí alrededor; esto me retraería, seguramente, de muchas cosas.
Hasta ahora, más será lo que veo y escucho; por ejemplo, hace poco descubrí,
poniendo atención en ese acabado estilo para la gimnasia y gracia especial en
las maromas de los gatos, que éstos, si no son ateos, por lo nenos no creen en
el espíritu santo.
RAMIRO.- ¿Cómo así? ¡Explícate!
ANTONIO.- Bueno, en mi
azotea a diario encontraba abundante pluma. Siempre hemos tenido gatos. Cuando
me levanto, con el primer ser que interactúo es con mi gato. También tengo un
pequeño jardín. Ahí veo cómo trepan a los árboles sigilosamente los gatos. La
intriga era por qué tantas plumas allá arriba. Era que los gatos la habían
convertido en una avícola. Bajaban de los árboles con su presa y la desplumaban
sin sentimiento en la azotea. Los gatos se comen hasta el espíritu santo, dije.
Para mi que en otras partes se comieron la paloma de la paz, como sugiere León
Felipe en un poema.
RAMIRO.-Ja, ja. Eres gracioso.
Esto también se refleja en tu escritura. Pero, volviendo a la pregunta, ¿sólo
el medio familiar determinó que fueses narrador?
ANTONIO.- Claro que no. Todo
este sabor y maña de contar los sucesos de la vida, años después, lo volví a
encontrar en mis primeras lecturas de colegio, y ya como parte de la formación
literaria, en la universidad. Y bueno, de cachimbos recuerdo que ya tenía unas
historias con fuerte dependencia de la tradición oral, y se las mostraba, con
esa timidez de estar cometiendo un delito, a
mis amigos Gonzalo Espino Relucé, Jorge Luis Roncal, o a Esteban Quiroz. Con
ellos -en un principio también estuvieron Marcela Garay, Maritza Espinoza y el
poeta Jaime Urco-, formamos el ambicioso
Taller de arte y literatura "19 de Julio" en los años de la
eclosión de las revistas tiradas a mimeógrafo y papel bulki. Nuestra
publicación se llamaba Arcilla. Bonito nombre, ¿no?
RAMIRO.- ¿A tu juicio, qué autores
crees que han tenido algún tipo de influencia en tu formación como literato y
básicamente como creador literario?
ANTONIO.- Recuerdo con
veneración a mi profesor de Castellano, en el José Gálvez Barrenechea, de La
Oroya, Villasante, norteño, de vestir sobrio y una dicción impecable. Tenía un
parecido, por el cuidado en la tela y la labia, y por los consejos que nos
daba, a mi hermano mayor, Pedro, que en paz descanse. Como él, se preocupaba
por la calidad de las palabras, por cómo y qué conversar con la amiga de barrio
o de colegio; el aspecto personal. Así, adueñándose de nuestra admiración y
aceptación, su magisterio se hacía atractivo. Nos leía, recuerdo, con lograda
interpretación emocional, poemas de Neruda, Rubén Darío o Bécquer. Y ya en el
campo de la prosa, nos hizo leer Corazón, de Edmundo de Amicis. Creo que
fue este gran escritor italiano que activó para siempre, en mí, el placer de
escribir sobre la vida cotidiana, en este caso, con personajes del colegio,
pues al siguiente año, ya en el 9 de Julio, en Concepción, yo me paso
escribiendo mi diario a la manera de Corazón, donde los protagonistas deben ser
el flaco y buen tipo, el escolta Sarmiento; Gamarra Estrella El Pachas y su
trombón; Elías Rojas Vargas El Cuchicanca, entregado a la acuarela, a la
lectura de El Profeta y a los suspiros por Elba; el malgeniado, loco y capo de
los números, Jorge Espinoza; el recio Llantoy y su yunta Valentín, el muy
correcto Ricardo Vargas y el otro Ricardo, Maldonado, que junto con Jaimito
Orihuela y otros, venía de Matahuasi en una larga fila de muchachos en
bicicleta, etc; seguramente yo anotaba también a profesores como el sabio y
austero profe de religión, a quien apodábamos Clavillazo, de una delicada y
discreta presencia; El pájaro loco Poma, muy campechano te paraba en seco cualquier actitud faltosa, para
motivarnos luego con sus muy buenas
clases de literatura; el gigante Napo; el profe de educación física Nasho; en
fin. La personalidad de cada uno, las palomilladas y, claro, la permanente
bohemia en el cuarto de Castillo Huertas, El Huachwua, buen guitarrista él,
reunión de estudios y bebida que terminaba con serenata a alguna muchacha de
las Heroínas Toledo, como la Pata Llerena, Gina o Elba. Este diario,
lamentablemente, lo tengo por perdido. Otro autor que me guió a ciegas al amor
de las letras fue Neruda. Cuando caí enfermo, me refugié en su poesía; en su
relato testimonial Confieso que he vivido vi una manera de referir, con
sentimiento y magia verbal, aspectos íntimos de su vida, su pueblo, el nebuloso
y frígido sur de Chile, su familia obrera, como la mía, sus amigos y andares
literarios y su compromiso social. En ese mismo período, de reposo, aislamiento
y de torturantes banderillazos de penicilina, cayó en mis manos Así se templó el acero de Nicolai Obstrovski. Esto, en mis comienzos, antes de
entrar a San Marcos. Luego habrán libros y escritores, cada cual con sus
esencias propias, que me nutrieron y formaron. En la técnica: Borges, Cortázar,
Quiroga, pero hubo un buen tiempo, en mí, un regusto especial por Jorge Amado y
sus personajes bahíanos como Quincas Berro Dagua, Vadinho o memorables mujeres
como Flor, Tieta do Agreste o Gabriela, de enjundia marginal y trasgresora,
ellas. Y de nuestras letras, sin duda, Arguedas y su evangelio andino, Vargas
Vicuña y su intimismo casi lacónico. En la vena oral, soy rendido admirador de Monólogo
desde las tinieblas de Antonio Gálvez Ronceros, El violín de Ishua de
José Gushiken y Cuentos del tío Lino de Andrés Zevallos. La magia y las
peripecias de la oralidad, presentes en estos bellos libros, me impactaron a
tal punto que, hasta ahora, cuestionan o tensan la pertinencia de mi propia
escritura. Añadiré a J. R. Ribeyro como otro modelo de aparente simpleza y casi
linealidad en la forma de escribir; Mark Twain con sus héroes formativos en
edad temprana y los rusos, especialmente Chejov, en su hondura humana. Para
terminar, y ser completamente sincero, debo hacer una especial mención a
Cronwell Jara, que de pasadita o mientras esperábamos entrar a clases, me daba
algunos buenos consejos de escritura en el patio de letras, con la advertencia
que no lo diga a nadie. Cómo no decirlo ahora. Él me recomendó a Jorge Amado.
RAMIRO.-Tengo entendido que has
realizado trabajos de recopilación de oralidades, ¿a propósito, qué importancia
tiene para ti el rescate del mundo de las oralidades? ¿Tus relatos Cuentos
del Viento son oralidades o recreaciones de oralidades?
ANTONIO.- El lenguaje oral
contiene una magia especial. Es la vida misma hecha de palabras, es la primera,
la más íntima e inmediata recreación de nuestros sucesos traídos al presente,
no importa en qué tiempo se dio. Sí, hice con los compañeros sanmarquinos
recopilación en las comunidades de la sierra central y también en los barrios
de Lima. El lenguaje campesino y urbano, con sus variedades regionales o de
clase, no solo me es algo familiar, me fascina. La oralidad tiene una
trascendencia clave para nuestra cultura y la formación de nuestra identidad.
Es en el campo de la oralidad que Arguedas y otros intelectuales abrieron el
camino para el conocimiento de otras manifestaciones del pensamiento andino.
Los proyectos de estudios lingüísticos asentados en la selva permiten
acercarnos, valorar e incorporar como parte de nuestro ser nacional a los
pueblos amazónicos con sus idiomas y cosmovisión y producción literaria oral.
Sin un trabajo de campo recogiendo la oralidad de los habitantes del ande no
tendríamos, gracias a Alejandro Ortiz Rescaniere, el épico y bello mito de
Inkarri, clave para entender otras dimenciones de nuestra velada historia. Todo
esto es escuela sanmarquina, con nuestros profesores que me señalaron algunas
puertas, una de ellas es el valor estético y expresivo de la oralidad, por
donde intento expresar esos pedacitos de vida que contiene Cuentos del
viento. Y debo decirte, antes de conocer Monólogo desde las tinieblas y
los otros audaces textos mencionados, quizás no me habría atrevido a dar un
paso por la senda oral y escribir mi Cuentos del viento, que en realidad es
"ficción de oralidad", concepto que maneja Gonzalo Espino, estudioso
de la literatura oral. Lo que hice fue contar vivencias recreando el habla (de
la región central) del sujeto literario. Cuentos del viento, por la
brevedad de las historias, por lo juguetón y viajero como es el viento, su
talante de migrante, pues el viento, como nadie, trasciende geografías.
RAMIRO.- ¿Qué significa para ti escribir? ¿Una suerte de catarsis o de
compromiso con el pueblo? ¿Tu producción literaria es una literatura de
compromiso o una suerte de arte por el
arte?
ANTONIO.- No, no me he
puesto a hacer o no he podido hacer teoría o filosofía de mi escritura. Cuánto
quisiera que sea todo eso y más. Vivimos en un mundo regido por abismos de
desigualdades e injusticias. Y un orden absolutamente arbitrario que nos conduce
a una catástrofe como especie. Soy consciente de eso. Vivo en el lado
vulnerable de ese orden. Yo, mi familia y miles de los míos sufrimos estas
cadenas invisibles. Me subleva tremendo desbarajuste. Hay pensadores que llenan
páginas brillantes de cómo escribir y para qué. De muchacho, claro que echaba
leña a favor o en contra de uno u otro parecer. Creo que los deseos, de cómo y
para qué escribir, al final de cuentas, tienen que estar en correspondencia con
la realidad íntima de recuerdos, juicios, gustos, es decir, con la alforja
llena de "material" para escribir. Tu capacidad para responder todos
los retos que te plantea este mundo. Estos, claro, incentivan temas, historias,
personajes. Sufro, me conmuevo recreando de alguna manera esta vida nada feliz
y gozo, también, las pequeñas revanchas a las que tienen derecho las víctimas
de los malos de la película, sus sueños y pequeñas hazañas... En ese sentido,
escribir para mí es una necesidad de "hacer realidad", dar vida, a
ciertas imágenes, pequeños relatos, posibles argumentos, que se han ido tejiendo en mi memoria, pues
ésta es, en el escritor, como la araña que va atrapando en sus redes palabras,
perfiles, caminos, etc, y piden ser escritas; necesidad placentera por su
pronta realización, pero también algo jodida, cuando no redondea o porque luego
de un punto final, muchas veces me he sentido golpeado y hecho trizas por la
carga del recuerdo o el rumbo que agarró la historia. No sé si eso llegará a
ser catarsis. Algo masoquista ¿no? Pero tampoco, porque no te lo propones.
Simplemente me siento a escribir, con algo concebido mentalmente, o ya escrito,
en borrador, pero sin tanta "concepción teórica". Y lo del arte por
el arte, imposible, no existe, simplemente; así uno quisiera hacerlo bajo ese modo
de pensar, el producto es cultural, para la comunidad, aunque ésta sea solo de
amigos. Haces un lindo dibujo, un cuadro, se lo muestras a tu mamá, ¿no? y a tu
galerista. Lógico. Ja, ja.
RAMIRO.- Tú has tenido también una
experiencia como editor. Me consta que por la década de 90 dirigías la
editorial Grano de Arena, ¿qué pasó, sigues adelante con ella o ya la
abandonaste? ¿Qué satisfacciones o decepciones te ha deparado ser editor?
ANTONIO.- Con Luis Monroe
decidimos publicar, él su poesía y yo mis cuentos, en unas plaquetas. Luego
continuamos con números dedicados a Mario Suárez, Cronwell Jara, Rocío Silva y
otros. Monroe ya tenía pensado el nombre de la editorial de renombre cristiano,
solidario, pues estaba influenciado por el evangelio de filiación protestante;
a las hojas le pusimos algo simple, contundente, Voces. Llegamos a 12. Imprimíamos poesía y cuento
breve. También reeditamos, en la colección Cadernillos de poesía, a
algunos poetas clásicos como Valdelomar, Rose;
de América al gran Ernesto Cardenal; a Safo, la poeta griega. Lo raro,
lo bonito, era que lo hacíamos en tipografía, copiándonos la experiencia de La
rama florida de Sologuren. Una linda aventura editorial, nacida a raíz de una
imperdible oportunidad: Lucho trabajaba en un hogar de niños huérfanos donde
contaban con una pequeña imprenta. Luego, cuando Monroe se pelea con los
mandamases de este Hogar, nos íbamos con nuestros machotes a una iglesia
anglicana, dueña de una buena máquina y linda tipografía; las últimas ediciones
la hicimos donde el amigo Miranda, en Faucett, una imprenta donde antes era
ITALPerú. Hacíamos concurridas presentaciones, veladas literarias. Nuestra
entusiasta difusora era Raquelita Contreras y amigas. Decepción, ninguna. Al
contrario, inolvidable. Marco Martos, nuestro querido maestro y poeta, nos
confió la reedición de Casa nuestra; la tiramos a tipografía. Un lujo.
Una chambita de anticuarios a pesar que ya empujaba con fuerza insolente, e
imparable, las ediciones computarizadas. Dejamos de publicar porque, al terminar la carrera, nos alejamos
de nuestro medio natural, San Marcos. Y porque, a mí, me ganó la calle, la
venta de libros en Quilca, los caminos, los viajes, hasta ahora.
RAMIRO.- ¿Tu novela Después del
amor y de la lluvia, ambientada en Bolivia, qué se propone o mejor dicho
qué te propusiste con ella? ¿Cuáles son sus constantes temáticas.
ANTONIO.- Fue un impulso
poderoso que me tuvo escribiendo a partir de un pequeño diario del viaje a La
Paz. Quise describir una ruptura que experimenté llegado nomás a las calles
paceñas recién barridas por una lluvia, la gente, el clima, el ambiente
cultural. Varias rupturas, en realidad.
Vivíamos los deprimentes días del fujimorismo. Mal momento para las creencias
idelógicas. Se terminaba la vida universitaria, los amigos se dispersan cada
quien por una ruta personal. Todo eso se traduce en el registro íntimo de los
personajes, dados al goce, cierto diletantismo culturalista, bohemio, y
extravíos sentimentales, una breve, intensa y trágica historia de amor con el telón
de fondo de las Jornadas Andinas de Literatura Latinoamericana (Jalla).
RAMIRO.- ¿Tus libros de relatos Asamblea de gatos y Venadita de Lircay, hacia dónde
apuntan? ¿Tu podrías decir que ambas obras representan la literatura de tu
región, del departamento de Junin y de toda la región Centro del Perú.
ANTONIO.- Asamblea de gatos es recopilación de
relatos orales realizados en algunos pueblos del Centro. Es de temática
variada, como por ejemplo el mito de origen del agua en Waricolca, o la
presencia de Wiracocha por los sembríos del valle del Mantaro, mito conocido y
recreado incesantemente por los narradores orales. No representa a toda la
literatura oral de esta parte del Perú. Sólo es una muestra, fruto de mis
andares por aquellos lugares.Venadita de Lircay, ya es más difícil de calificar por mi parte,
pues por ejemplo tienes unas historias referidas a la guerra interna de los
80-90, también hay relatos un poco de relieves histórico-míticos, o de perfiles
éticomorales, rebeldía juvenil, algo de humor, angustia, en fin, sufrimiento
personal y también colectivo. Creo que, si puedo ayudar a definir, son relatos
con fuerte tinte andino, y no podía ser de otra naturaleza, que así vivo,
recuerdo y siento. No sé si representan lo que afirmas. No es mi anhelo representar
algo como una gran geografía, pues quizás se confunda con suplantar, lo que
hacen los políticos, y al final, defraudan. No me pongas en el trance de hacer
esto, sería triste, para mi, que alguien salga, me eche en cara este
despropósito, me diga, tú no representas a Junín. Mi intención, al escribir, no
va por ahí. Yo entrego mis páginas escritas al editor y ahí terminan mi poder o
deseos de hacer o decir algo más. Sería veleidoso decir, estas mis obras
representan a mi región, ni siquiera a la provincia, a mi querida Concepción, o
a La Oroya, a donde nos llevó a vivir mi padre unos buenos años; con las justas
creo expresar retazos de geografías amadas, un pedacito de mi tierra, los
bordes de los sembríos por donde iban mis pies descalzos, sitios donde he
temblado de frío o me abrigué con su sol benigno y he sido irracionalmente
feliz con lo poco que había para serlo; en mis relatos seguramente encontrarán
angustias, anhelos y alegrías, que son, en verdad, común a cualquier mortal de
cualquier parte. Cuánto quisiera decir, nombrar, evocar, describir, infinidad
de detalles, hechos trágicos o épicos, como también alegres y fantásticos, de
todo lo visto, oído, vivido, de mi región, sus bailes, su laboriosidad y
solidaridad ancestrales, etc, pero apenas si se puede esbozar, mínimamente,
algo de todo ello, en el género cuento, y es que tampoco tengo la magia, la
genialidad de poder hacerlo, ¡piña!, carezco de ese don; también uno teme que
esto sea un tratado de geografía, antropología o de sociología. Quitarle
chamba, mira tú, a los científicos de la sociedad, ja, ja. Quizás, como lector,
ves que mis obras representan a una parte de nuestro Perú, hasta allí no
alcanza mi capacidad de calificarlas, cierto que no me corresponde decirlo. La
verdad.
RAMIRO.- A tu juicio, en el desarrollo de la literatura
nacional comprometida, qué tipo de problemáticas crees tú que deben abordarse?
Por ejemplo Ciro Alegría Bazán y José María Arguedas, entre otros, abordaron
problemas de su tiempo como era el gamonalismo, el feudalismo, etc-.
ANTONIO.- Por qué son amadas la literatura, la música, la
pintura, las artes. Porque son expresiones que generalmente sorprenden,
deslumbran, sacuden nuestras concepciones y sentimientos. Nadie puede ser
infiferente a las artes, pues éstas nos hablan básicamente desde el sentir y la
reflexión va por ahí en torno de los problemas humanos. La guerra, el hambre,
el honor, la justicia, la belleza, el amor. Nuestra literatura no creo que
pueda esquivar estos temas. Un cuento, una novela deben tener una intención
noble; así sea un relato absolutamente individual, tiene una proyección social
RAMIRO.- ¿Cuáles crees que son las mayores amenazas y
desafíos que la humanidad de hoy debe afrontar?
ANTONIO.- Grandes retos. La vieja aspiración de justicia social
y económica de millones de seres humanos frente a una inaudita concentración de
la riqueza de unos pocos. La paz mundial hoy frágil ante la desquiciada
ambición de intereses de dominación territorial y rapiña de los recursos
naturales de los grandes monopolios económicos y varones militaristas. Y la
supervivencia misma de nuestra especie y cultura humanas ante la cada vez
dramática precariedad ambiental producto de la vasta e imparable contaminación
ambiental y destrucción atmosférica. Se hace perentorio instaurar un modo de
vida humano de justicia, convivencia de amor y paz y de armonía con la
naturaleza y entre los habitantes de este punto fascinante del universo. Y esto
solo será posible parando el vertiginoso y loco desarrollismo industrial por un
sistema de vida, no sé, comunitario, minimalista, con fuerte dominio de lo
artesanal, ecológico y apelando a la ciencia para actividades absolutamente
pacíficas y limpias. Estoy soñando. Pero hay que partir de un sueño, ¿no?
RAMIRO.- Como eres hombre de cultura huanca, venido del Centro
del Perú, ¿podrías decirme quiénes son a tu juicio los representantes de la
literatura de tu región y cuáles son sus temáticas?
ANTONIO.- Escritores de relieve Juan y Carlos Parra del
Riego, Adolfo Vienrich, Reynaldo Bolaños Díaz, conocido como Serafín del Mar,
Antenor Samaniego, Julián Huanay, Augusto Mateu Cueva, Emeterio Bonilla del
Valle, varios de los nombrados de las canteras mariateguianas de Amauta,
Variedades o Mundial. Todos ellos vienen del anarquismo, fuerte implante en la
sierra centro y sur, también se está cimentando el vanguardismo y la denuncia
social y racial. No olvidar a José Gálvez Barrenechea, con su temática de lo nacional.
Nuestra región es rica en poetas, narradores, pintores, y compositores (que deben
ser considerados como literatos, pues al mismo tiempo son poetas, cronistas,
músicos, intérpretes y difusores de la cultura) como Emilio Alanya, Zenovio
Dhaga o Juan Bolívar y otros, dándonos un cancionero de hondo sentido poético,
de bonitas letras.Tienes también a Pedro Monge, amigo de Arguedas, gran
recopilador de inolvidables cuentos populares de nuestro valle; el buenazo de
Eleodoro Vargas Vicuña, neo indigenista; otro, en plena producción y prolífico
escritor, Carlos Villanes Cairo, de prosa especial, socarrona, de tintes
míticos, pero también de crítica social. En poesía: el gran Víctor Mazzi, el
horaceriano Tulio Mora; Eduardo Ninamango. Carlitos Orihuela. Nicolás Matayoshi
y Carolina Ocampo. También recuerdo haber leído en revistas y periódicos o
libros de antologías, entre las escritoras destacadas, a Isabel Córdova, María
del Pilar Laña, Laura Riesco,Consuelo Arriola, Elsa Herrera, Yannina Sovero. Y aunque no
nacido y sí criado y crecido en nuestra región, pongo a nuestro profesor y
poeta Hildebrando Pérez Grande como muy de los nuestros. De Freddy Contreras me gustan
sus relatos Crónicas de andariego,de Ulises Gutiérrez. Y de los más destacados, entre los
contemporáneos, sin duda, Edgardo Rivera Martínez y Pepe Bravo. De los más
jóvenes, la poeta Ethel Barja.
RAMIRO.- Hablemos ahora de la felicidad, ¿qué es para ti
la felicidad? ¿Cuándo el señor Antonio Ureta dice sentirse feliz?
ANTONIO.- En verdad es difícil sentirse enteramente feliz
en este mundo, siempre ajeno y cada día no ancho sino más angosto, inhabitable
y cruel, para unos más, para otros menos; no me hacen feliz las situaciones de
existencia de abuso y explotación inmisericorde pasadas y presentes. A veces
cuando leo la historia desdichada, trágica, la nuestra, como país, o la de
otros, también yo me siento profundamente desdichado, perturbado, qué hacer, en
quién creer, qué sistema político o económico apoyar. Sin embargo, uno es feliz
en determinados momentos significativos de la vida, una mañana cualquiera, con
la caída de un tirano dañino y cruel, un descubrimiento científico a favor de
males endémicos, la presencia pronta y vigorosa de la juventud junto con el
pueblo protestando por una medida equivocada o defendiendo causas nobles, dan
esperanzas de una vida mejor. En lo personal, el humor cajamarqués de Zarela, o
el superar situaciones complicadas de salud en la familia; los amigos, el
nacimiento de Dylan, mi nieto, robusto y vivaz; la presencia de Claudia y
Valeria, mis nenas, ayer nomás en pañales, pensar que hoy se pintan de púberes
criaturas, estudiosas y muy cariñosas; qué sé yo, una pasada de lomo de mi
gato, una vieja canción, un cuadro, una nueva amistad...
RAMIRO.- ¿Qué son para ti la buena suerte y la mala
suerte? ¿Tú podrías decir que la mala suerte es producto de la falta de
oportunidades que impide que las personas se realicen en su medio social?
ANTONIO.- Existe el azar, sin duda. La racha, buena o
mala, también. Una tirada de dados... Pero vivimos en sociedad y ésta está
instituida de una forma determinada. Con privilegios y acaparamientos para un
segmento minoritario. Depende cómo te agarra una carga de aire helado, abrigado
o calato; una enfermedad, un problema judicial o económico. Tú dices, falta de
oportunidades... Pero es más que eso. Hay un condicionamiento mayor. El juego
individual es limitado; si eres un genio, un vivazo, un endiablado y audaz
jugador, derrepente la haces, tú, pero ¿el resto? A mirar y apostar... O
luchar, congregados, hermanados, como aconsejan los evangelios cristianos.
RAMIRO.- Si quisieras agregar algo más Antonio, te dejo
libre la tribuna
ANTONIO.- Agradecido, por hacerme hablar, un poco o más
de lo necesario, ja, ja.
RAMIRO.- Gracias, a ti,
Antonio por responder a esta entrevista. Has sido muy gentil.
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